jueves, 11 de abril de 2013

La Cresta que casi fue


    Buenas noches, mis pequeños punkecitos ¿Cómo están? Hoy les traigo un cuentito que se llama "La cresta que casi fue".

 
    La historia transcurre en un lugar muy lejano pero muy parecido a éste, mis queridos, a nuestra gran y sucia ciudad de Buenos Aires. En este lugar vivía un punkecito apenas mayor que ustedes. Él pertenecia a un grupo que se hacía llamar "punks sin cresta". Este grupo apenas se distinguía de los otros y esto les permitía pasar frente a personas de otros grupos y que no los notaran.

    Sin embargo el Punkecito de nuestra historia veía a los "punks con cresta" y sentía que él debía llevar alguna vez algo así en su cabecita rapada. Sobre todo, pequeños punkecitos de mi banda, el bello y luminoso Mohawk largo de colores chillones.

    Luego de muchos recitales, mucha música pirateada y muchos meses de darse ánimos; decidió, un día como hoy, probar de hacerse una cresta de picos. Su pelo ya estaba largo y hacia tiempo que se rapaba los lados, e incluso la nuca.

   Por días se preparó escuchando Alerta Roja, Los Bombarederos, Los Kumpas y otras bandas del palo, evitando escuchar Attaque, Carajo, Jauría y otras bandas baratas que hubieran hecho de su cresta un mero adorno sin sentido, popular pero chata.

    Los dioses, enojados por tanta rebeldía, y viendo la resolución de nuestro gran Punkecito, se aliaron para desbaratar sus planes. Comenzaron los dioses menores, que pasaban escuchando cumbia y reggaeton a todo volumen, pero los auriculares del Punkecito pudieron más que ellos. Los dioses medios, más inteligentes, se sentaron frente al Punkecito y se quedaron mirándolo fijamente, de forma rara, tratando que nuestro personaje se avergonzara y abandonara su intento; pero el Punkecito decidió hacerse una siesta; y las miradas de los dioses no le afectaron.

    Entonces le tocó el turno a los dioses mayores, que decidieron ir a por todas. Primero enviaron a hombres trajeados con miles de clasificados, para arrojárselos al Punkecito. Sin embargo los clasificados no tenían el peso suficiente y fueron, a la larga, inútiles. Los dioses entonces le dieron a los hombres trajeados toda la última tecnología, para que se la ofrezcan al Punkecito y tentarlo. Pero nuestro personaje no tenía un sope, así que no se interesó en conseguir nada de lo que le ofrecieron. Desesperados, los dioses mayores les dieron uniformes oscuros y armas a los hombres trajeados, pero estos hombres ya se habían atiborrado de clasificados y se habían tentado con su propia tecnología. Quedando adeudados usaron sus armas y uniformes de formas corruptas e interesadas para zafar de sus deudas y, en el mejor de los casos, dejándoselas a otros como ellos. Para cuando los más corruptos, los únicos sobrevivientes, se volvieron hacia el Punkecito, éste ya estaba listo.

    Primero se dio una ducha y luego se internó en las profundidades del Baño, solo armado con gel y peine. El resto de su armamento le sería dado a su debido momento. Luego de varias horas nuestro Punkecito salió, no con una gran y flamante cresta, sino con un revoltijo que apenas se parecía a algo intermedio entre un peinado y un gorro de bufón medieval. Los dioses se rieron y burlaron, pero el Punkecito seguía impasible porque sabía que se había animado; y a pesar que no le había ido bien, estaba alegre, porque por lo menos por un rato había sido libre.

    Espero, mis pequeños rebelditos, que puedan ver a través de este relato y que aprendan una o mas lecciones; ya que yo no encontré ninguna ¡Sed alegres y libres! Y nos vemos muy pronto con otro cuentito inmoralejado.

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